30 noviembre 2008

Una pequeña historia de la bicicleta en la Nueva España

La visión que compartimos de la antigua ciudad de Tenochtitlán, es el legado de los conquistadores españoles, la memoria colectiva de los pueblos indígenas y los mitos fabulosos sobre esta espléndida ciudad de 300,000 habitantes, construida totalmente sobre el agua; ciudad de templos, casas adornadas, fachadas labradas, mercados, colores, olores. ¿Fue un espejismo lo que vieron los españoles? ¿El reflejo de un paraíso medieval en las lagunas? Ahora nos preguntamos: ¿realmente ha existido Tenochtitlán o fue un mito genial para inventar un pasado para un pueblo sojuzgado? Si existía como tal o no, los caballeros bajaron al valle, acabaron pronto con el sueño y lo convirtieron en su propia realidad; o en su pesadilla más bien, que ahora inevitablemente es la nuestra.



Bernal Díaz de Castillo, un soldado de Cortés, describe en la Historia de la Conquista de Nueva España su primera impresión del Valle de México. Llegando de Tlaxcala, después de haber pasado entre el Popocatépetl y Iztaccíhuatl, los españoles vieron a sus pies los Lagos de Chalco, Xochimilco, México y Texcoco, que recogían las aguas de las montañas.

En medio de estos lagos, se erigía la ciudad de México-Tenochtitlán: "Y desde que vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua, y en tierra firme otras grandes poblaciones, y aquella calzada tan derecha y por nivel cómo iba a México, nos quedamos admirados, y decíamos que parecía a las cosas del encantamiento que cuentan en el libro de Amadís, por las grandes torres y cúes (templos) y edificios que tenían dentro en el agua, y todos de calicanto, y aún algunos de nuestros soldados decían que si aquello que veían si era entre sueños."

La ciudad era una maravilla. "El Cronista de las Indias", Antonio de Solís, describió en su relato de la conquista de la Nueva España la ciudad así: "Era un clima benigno y saludable donde se dejaba apreciar a su tiempo el frío y el calor, ambos con moderada intensidad, y la humedad que por naturaleza del sitio pudiera ofender a la salud, estaba corregida con el favor de los vientos o morigerado con el beneficio del Sol."

Los soldados de Cortés tuvieron la oportunidad de ver todo el panorama de la ciudad, cuando Moctezuma les invitó a subir al gran templo. Llegados al punto más alto, el señor de México "...le tomó por la mano y le dijo que mirase su gran ciudad y todas las más ciudades que había dentro en el agua y desde allí vimos las tres calzadas que entran en México .... y ahí veíamos indios sentados sobre palos de hierro forjado, atado a dos ruedas. Moviéndose en adelante con los pies, como si estuvieran remando, y dirigiéndose con una manija. Unos venían con bastimentos y otros volvían con cargas y mercaderías."

Bernal y sus compañeros habían visto, por primera vez, el medio de transporte preferido de los aztecas, el bicicletl, que también se usaba para transportar mercancía.

"Podíamos ver los transportes extraños que tenían los indios y veíamos que tenían harta velocidad. Daban la impresión a uno de como si las ruedas estuviesen flotando en los aires, por una banda de caucho que estaba atada a la rueda. Entre nosotros hubo soldados que habían estado en muchas partes del mundo, y en Constantinopla, y en toda Italia y Roma y dijeron que tal cosa nunca la habían visto en toda su vida."

Bernal se quedó asombrado de los indios en su bicicletl, como los indios llamaron el artefacto hasta entonces desconocido por los españoles. Bernal cuenta que para los mexicas, como no tenían bueyes ni burros, el bicicletl era imprescindible para el transporte de comida y materiales proviniendo de todos los rincones del imperio azteca, y por eso rendían culto diariamente a su Dios para rogarle que se lo cuidara.

"Y luego que con ellos hubo hablado dijo que entrásemos en una torrecilla y apartamiento a manera de sala, donde estaban dos como altares, con muy ricas tablazones encima del techo, y en cada altar estaban dos bultos, como de gigante, de muy altos cuerpos y muy gordos, y el primero decían que era el de Uichilobos (Bernal se refirió a Huitzilopochtli) y el otro ídolo tenía unos ojos como platos redondos, y con rayos adentro. Los indios lo llamaban Bicicláhuac, Dios de los rayos."

"...Adornaban el ídolo con tantas cosas y pusieron braseros con incienso, que es el copal, para que el cuarto se llene de olores."

Así como los aztecas nunca habían visto caballos, los españoles se pusieron muy recelosos ante el uso de la "bicicleta", como llegó a ser llamado el bicicletl por los conquistadores. Hubo un soldado en la tropa de Cortés, Luis Marín, que trató de montar una bicicleta pero se cayó en un charco por el peso de su armadura. Los conquistadores eran muy hábiles jinetes pero bastante torpes para otras cosas y dejaron muy rápido los intentos de andar en bicicleta. En cambio, para los pocos indígenas que sobrevivieron la destrucción de Tenochtitlán en 1521, la bicicleta siguió siendo un medio de transporte importante hasta el año 1532, cuando el virrey Antonio de Mendoza prohibió por decreto el uso del bicicletl por razones de seguridad, ya que se habían producido varios accidentes con caballos espantados por la velocidad a la que los rebasaban las bicicletas. La bicicleta sólo quedó como recuerdo en los cuentos de historiadores como Bernal Díaz o Fray Bernardino de Sahagún, y representada en unos pocos murales en templos, que han sobrevivido los estragos del tiempo.

Después de la independencia y la industrialización de México en el Porfiriato, los caballos fueron desapareciendo, y en su lugar vinieron carrozas de metal de procedencia norteamericana. Los mexicanos cambiaron las inconveniencias de los excrementos de caballo por el humo negro de las máquinas ruidosas, que ha llenado el aire de la ciudad que alguna vez fue llamada "la región más transparente".

Con las excavaciones de restos arqueológicos se han descubierto de vez en cuando, restos del medio de transporte azteca. En 1978, algunos trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) se tropezaron, cerca del zócalo capitalino, con una oxidada rueda de bicicleta en el lugar donde antes se encontraba el Templo Mayor. La rueda terminó en el sótano del Museo de Arqueología. Desde entonces, ya no se ha sabido nada del bicicletl en la ciudad de México.